Reflexiones sobre Meditación
Dr. Ignacio Salom E.
La meditación tiene como principio fundamental la búsqueda de la felicidad. Se trata de una determinación, una decisión de vida que toma el meditador. El estado meditativo, en un ambiente especial, lleva a una condición de bienestar, que el practicante busca reproducir en la vida cotidiana.
La reproducción del estado meditativo de bienestar, es un asunto mental. El meditador puede vivir permanentemente en estado especial de”gracia”, o puede voluntariamente cuando lo pierde, regresar a ese estado por medio de un acto, una decisión mental de búsqueda y reencuentro con el bienestar, o bien realizar dos o tres respiraciones profundas, pronunciar un mantra, o por medio de un ejercicio completo de meditación.
La vida puede ser una miseria, llena de dolor, sufrimiento, estrés, tristeza y depresión, si uno permite que la mente sea gobernada desde los acontecimientos externos, o desde adentro, por medio de los pensamientos descontrolados, tristes recuerdos y culpas. Llegar a un estado “divino” no significa tener poder para cambiar el mundo, sino disciplina, valor, audacia y paz, para cambiar la forma en la que uno interactúa con ese mundo.
El desarrollo de la capacidad para el encuentro con la paz y el bienestar, pasa por la habilidad para “bloquear” el Sistema Nervioso Simpático, fuente primordial de las reacciones de alarma o estrés, para que estas puedan ser neutralizadas en condiciones en las que no son necesarias, o cuya intensidad sea desproporcionada para el estímulo que las genera.
Cuando se habla de desapego, no se está refiriendo necesariamente a la capacidad de prescindir de los bienes materiales, el verdadero desapego es aquel que se logra cuando podemos separarnos de nuestros propios pensamientos y emociones y mirarlos con objetividad, con la distancia que nos permita ser más eficaces en la forma de resolver situaciones conflictivas.
El “yo” es producto de condicionantes genéticamente determinados del individuo aunado a su interacción con el medio. Esta segunda variable permite la posibilidad de transformación del ego en la medida en que cambien los condicionantes externos, así como la forma en la que el individuo se relaciona con ellos. El “yo” cambia como cambian las características de mi cuerpo con el paso del tiempo. Hay personas con mayor posibilidad de transformación que otras, relacionado con la capacidad de aceptar nuevos paradigmas en la condición de vida. “Hay que morir para vivir”, reza el evangelio, dejando atrás los apegos a mi forma de reaccionar ante las circunstancias, modificando mis emociones, mis estados de ánimo y mi temperamento, mis creencias vanas y actitudes improcedentes ante la vida. Hay que reinventarse cuando se piense que esto es necesario y factible.
Cuando se alcanza el bienestar en la “nada” mental, entonces ya no hay nada que sea absolutamente imprescindible. Sin pensamientos, sin imágenes, sin emociones, es posible prescindir de la necesidad de muchos anhelos en la vida, cuando muchos de ellos generan alto grado de insatisfacción por inalcanzables.
Hay que superar el trabajo inconsciente de la mente, por uno que permita la vida presente en absoluto estado de consciencia de todos los actos y pensamientos. El trabajo inconsciente de la mente es pereza mental, con el inconveniente que algunos de esos procesos pueden atrapar al individuo en un estado de emoción destructiva o aflictiva. Es necesario el dominio y control conciente de los pensamientos y emociones la mayor parte del tiempo posible. “Tú eres el dueño de tu propia casa”.
La humildad está en el reconocimiento de las debilidades y errores personales. Hay que visualizarlos, tratar de entenderlos y sobre todo tolerarlos, que no significa otra cosa, que no maltratarse cuando el ser se descubre en uno de ellos. Se debe reconocer la naturaleza de origen profundamente natural del ser humano, para empezar a conocerse a sí mismo, en sus virtudes y defectos y a conocer y tolerar las virtudes y defectos de los otros. El perdón no es sólo algo que se le manifiestas al otro verbalmente, es más bien eliminar interiormente el rencor que se siente hacia la otra persona, fundamentalmente por el daño que se produce cuando el meditador se aleja del estado de bienestar y cae en una emoción destructiva. Perdonar es un asunto del “corazón”, aún cuando el otro no se dé cuenta de que ha sido perdonado. El principal beneficiario del perdón es quien perdona y regresa a su estado de bienestar.
Es necesario desarrollar la capacidad de mirarse y “conocerse a sí mismo”. Este conocimiento no está tanto en saber quién eres y qué has hecho a lo largo de tu vida, sino cómo se piensa lo que se piensa y cómo se actúa. Quizás se trate un poco de conocer cómo actúa la mente, no tanto desde el punto de vista científico, sino perceptivo. Se debe aprender a descifrar la ruta del encadenamiento de los pensamientos, encontrar el lugar al que llevan desde el punto de vista emocional y si son estas emociones positivas o destructivas. Este es el verdadero conocimiento de uno mismo. Es importante reeducarse, con la intención de desarrollar poder mental, utilizando los acontecimientos de la vida cotidiana para reaccionar de una manera distinta a como siempre lo hemos hecho, si esto es lo que conviene. Estos son los primeros pasos hacia la libertad que se deben ir fortaleciendo progresivamente.
Se debe aprender a modular el binomio estímulo/ respuesta. No siempre es necesario responder ni inmediatamente, ni intensamente. Hay que aprender a discernir inteligentemente sobre la intensidad y la velocidad de la respuesta. Esta actitud evitaría mucha violencia, destrucción, muerte y guerras innecesarias. Hay que desarrollar la habilidad de sentirse bien en un acto de humildad, “poniendo la otra mejilla”, no literalmente, sino simbólicamente, disminuyendo el tono de vibración del ego y molestándose menos ante la posibilidad de que a veces el otro tenga la razón, se reconozca así y se disfrute. De ninguna otra cosa se trata el alcanzar la condición de iluminado. El iluminado más que un prestidigitador y un hombre con poderes extraordinarios, es aquel que guarda la paz en su corazón y la comparte con los otros, disfrutando de los acontecimientos de la vida.
Dominio, contención, control de la emoción por un lado y desarrollo del estado de bienestar por el otro, son dos caras de una misma moneda y saber cuando estar en cada cara por medio del discernimiento es una tarea realizable. El trabajo es con uno y con la presencia de los otros. Hay que dirigirse a las profundidades del silencio de la mente como ejercicio de práctica y disfrutar con el otro y con los otros en todo momento.
Es necesario el ejercicio que permita encontrar la paz y la armonía en el interior de la mente, al principio con la orientación de un guía, pero con el convencimiento de que se debe desprender de cualquier dependencia para el alcance de la superación personal. Una vez que se aprende a estar en el samadi, satori, nirvana o éxtasis, se debe practicar cotidianamente, a fin de desarrollar cada vez más la habilidad de estar en esa extraordinaria condición, no sólo en el momento especial de la meditación, sino en la vida diaria con lo que “la carga se volverá más liviana”.
Un aspecto muy importante de la meditación es no solamente mirar tus pensamientos, imágenes y emociones, sino aprender a mirar la morada de esos procesos cerebrales. Es necesario aprender a mirar los pensamientos, así como el infinito de silencio y paz que los rodea y que les da su origen y regocijarse de la forma en la que se desvanecen en el infinito de nuestro interior. Luego hay que aprender a mirar el silencio en ese interior, ya sin pensamientos ni emociones presentes. Sólo debes dejar que surja la sensación indescriptible de bienestar y gozo.
En la vida cotidiana no es posible estar en dos estados emocionales al mismo tiempo. La meditación te da la destreza para desplazar en tu mente un estado emocional aflictivo o negativo, para reencontrarse con los estados emocionales del bienestar. El estado meditativo es un estado de bienestar y gozo contenido, que se debe aprender a adquirir a voluntad del individuo con fe y disciplina, para poder trasladar ese estado a los acontecimientos y vicisitudes del diario vivir.
Es conveniente entender la vida, la naturaleza y el universo según le va desenmarañando sus incógnitas el conocimiento científico. Es necesario saber de este conocimiento para reconocer con humildad quienes somos y admitir nuestra ubicación en el árbol de la evolución. En la medida de lo posible debemos apartarnos de las ideas mágico–fantasiosas relacionadas con milagros, reencarnaciones o extraterrestres y poner los pies en la tierra reconociendo nuestra existencia y la del resto de la naturaleza como una extraordinaria maravilla, que lleva un proceso de 13500 millones de años de desarrollo y supervivencia. Saber que hubo un origen para la organización de la materia a partir de partículas subatómicas, y que nosotros como vida, provenimos de los átomos y las moléculas generadas en el universo. Somos polvo de estrellas, para decirlo de una manera romántica, y esto hay que digerirlo. Debemos ir abandonando la etapa ingenua e infantil de la humanidad para ir alcanzando cada vez más la madurez y asumir el control y el dominio de nuestro destino y el de la naturaleza, en la medida de nuestras capacidades y posibilidades. Pero saber que lo que no hacemos nosotros mismos, nadie lo hará por nosotros, con la resignación de que hay fenómenos sobre los que no tenemos ese dominio, como los terremotos, los meteoritos o la muerte.
Hay que aprender a manejar el ego, de tal manera que no interfiera negativamente en la relación con los demás, pretendiendo humillarlos, aprovecharnos de ellos, o temerles, más bien desarrollando las habilidades para buscar una empatía, una solidaridad, una comprensión y el desarrollo de capacidades para el trabajo conjunto y la relación armoniosa. Si no nos es posible amarlos, con el respeto, la solidaridad y la compasión, será suficiente. Mi presencia es importante, así como lo que tengo que decir, pero ambos fenómenos hay que saber modularlos. Saber esperar es una virtud muy poderosa.
Si mi manera de relacionarme conmigo mismo y con los demás tiene dificultades, como usualmente ocurre, el trabajo de cambio debe realizarse primero sobre las emociones, lo que tendrá una repercusión sobre los estados de ánimo y de estos sobre el temperamento. Las emociones son respuestas rápidas a los estímulos generalmente externos, y suelen durar de escasos segundos a algunas horas; el estado de ánimo lo llevamos con nosotros de algunas horas a varios días y el temperamento nos acompaña por meses, años, o para toda la vida. El temperamento se irá transformando en la medida que se logre el control de las emociones y del estado de ánimo. La práctica disciplinada de la Meditación permite desde la profundidad de silencio y la quietud interior, mirar los pensamientos y las emociones como si fuera otro el que las mira y de esta manera no ser siempre su víctima, sino más bien su conductor.
La transformación que realiza el meditador de su temperamento y personalidad, es posible que pueda ser explicada con base en toda una nueva ciencia que se conoce como la Epigenética. Por medio de los ejercicios de meditación “se apagan” algunos genes y se activan otros que estarían relacionados con mi nueva forma positiva de interactuar con el medio y conmigo mismo.
El estudio científico de los últimos 40 años, ha permitido conocer con alto grado de precisión, las zonas del cerebro que se activan e interactúan en el momento mismo de la meditación, así como aquellas que se dejan de funcionar transitoriamente. Se sabe además de los cambios fisiológicos, bioquímicos y metabólicos que ocurren durante el ejercicio de la meditación. Este conocimiento deriva del estudio que se ha realizado en la sangre y otros líquidos corporales en meditadores experimentados como los monjes tibetanos.
La ciencia ha venido a determinar, por medio de investigaciones con pacientes, los beneficios que reciben los meditadores en todas aquellas enfermedades relacionadas con el estrés, tanto en el campo de la psicológico como en el de los distintos órganos y sistemas. Patologías como la cefalea, el insomnio, los dolores musculares, algunas enfermedades del corazón, la hipertensión arterial, la hipercolesterolemia, el asma y otras, han mejorado significativamente en los meditadores con respecto a los grupos controles.